sábado, 4 de abril de 2009

Roberto Salomone, Por Enrique Martín


La verdad, el rubio bajito y encarador llevaba dos años peleando cualquier puesto en la delantera, desde su vertiginoso debut en 1964 orillando los veinte pirulines. Meta y meta contra Mariscales y Hacha Bravas, sacando pecho en el área y cinco metros de ventaja en los piques por la raya, por izquierda o por derecha, nunca para los costados; un solo toque y a buscar la sortija esquivando la que viniera, sin arrugar ni esconderse. Tanto esfuerzo iba a tener premio bastante tiempo después, al compás de un grito de guerra que lo hizo famoso a él y al autor del amplificador a capella.

Los dos se unieron para siempre una tarde de otoño en Villa Crespo. Atlanta pasó por encima de Huracán con un 7-0 para el libro de records, y ROBERTO MARCELO SALOMONE estampó cuatro en el desinflado arco de los quemeros, mientras Raúl Sartés se desquitaba a puro pulmón desde la popular local bautizando el ¡Huuuuuyee! que precedería desde ahí cada corrida del mendocino; los tres que sumó versus Colón en el 5-0 dos semanas después; cada desborde y cada uno de los quince goles que el movedizo atacante conquistó durante la temporada 66, y al cabo los 41 que anotó en su exitosa campaña con los colores de Atlanta, incluyendo su vuelta en 1978, a los 34 años, después de una trajinada carrera de artillero en Racing, en Ferro y en el fútbol mexicano.

Los cansados hombros del Negro Raúl, hartos de repartir cajones de gaseosa a destajo, se tomaban franco cada domingo tribunero junto a su esposa Chiquita, seguidora y fiel, y al final también a la rastra con un hijo que salió del mismo palo, y menos mal, porque si no, le hubiese soplado un ¡Huuuuyee! de los suyos hasta los tablones de enfrente, no le quepa duda. Y al pibe no lo hubiera salvado ni Salomone, ni todos los soportes que el petiso tuvo como soportes de su voracidad romperredes, empezando por Puntorero y Fernández o por el Chacho Cabrera y el Loco Ochoa en los extremos, o por Perico Raimondo despachando pelotazos a medida desde el círculo central.

Todos confabulados para sorprender a Perfumo, a Navarro, a Cacho Silveira o al auténtico Cholo (Carmelo) Simeone, a contrapierna del insolente que tocaba y se iba, que picaba y picaba, que definía de una, y al cabo saludaba detrás del arco, en el atrio, después de la ceremonia iniciada con el alarido de Raúl, más estruendoso que la bocina de los trenes del San Martín que le disputaban la oreja al estadio con cada estallido tracción a sangre por culpa de Salomone, el “padre” del gritón también inolvidable.

El mismo ex jugador que encontramos una vez detrás del mostrador de una farmacia familiar, en Medrano y Díaz Vélez, de regreso y sin botines, pero con un millón de recuerdos que siempre desembocaban en la figura de Sartés, el presentador que compartió cartel en sus primeros minutos de gloria, un apodo que nunca se le despegará, y ese tramo de loca bohemia que vivimos hace más de cuarenta años, con el ¿Huuuuyee, Salomone! que adelantaba la avalancha, el gol, otra victoria bohemia.

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