jueves, 18 de diciembre de 2008

Gómez Voglino, por Enrique Martín


Será siempre la postal del triunfo contra toda nostalgia, frente a los almanaques y a caballo de la historia más exitosa, precedida por todos los fracasos que nos hicieron duros, nos hicieron grandes, nos hicieron impermeables al paso del tiempo y siempre listos para dar vuelta la torta y meterles presión a los de arriba. Esa postal colorida lleva la número diez y la cinta de capitán; lleva el orgullo de ser el máximo goleador de Atlanta en todo el siglo veinte y lo que va del presente, el único bohemio que ubicó su doble apellido al tope de un tabla de artilleros en primera, el mago que condujo dentro de la cancha aquel tremendo equipo del Nacional 73, piloteado desde la raya por Pipo Rossi.

Juan Antonio Gómez debió agregarse el Voglino materno en la reserva de Chacarita porque el lateral Jorge Alberto Gómez le disputaba con ventaja las iniciales. Y fue suplente y fue campeón, pero apenas si jugó un ratito para los primos del 69. Total, a fin de ese año viajó a Villa Crespo junto con catorce millones de los viejos pesos, como parte del pase de Daniel Carnevali. Y el negocio fue redondo como la Luna. Nos mandaron de relleno el plato principal con postre, café y cognac, a cuenta de la casa. Cuando aun los bailes del carnaval del 70 en la vieja sede, dejaban oir las últimas melodías y algún beso furtivo en forma de primer noviazgo, Juan Antonio Gómez Voglino, enseguida y sin reparos Fierro para todos, debutó con la comparsa en la vieja cancha de Quilmes, con toque, pulmones, un buen pepino y la escritura de sociedad con el galgo llegado desde Mendoza. Cinco adentro del arco del Pato Fillol y el comienzo de un romance en cinco temporadas, salpicadas con goles de todos los tamaños: empujando jugadas colectivas, reventando al muñeco en los penales o colocando con el guante derecho todos los tiros libres que quiso y que supo.

Fierro, el gran capitán, el artífice. Ni lesionado, ni expulsado, jamás ausente en las difíciles, se dejó fogonear por Pichón Rodríguez, por el Ruso Ribolzi y por el Tano Onnis, para flamear con estrella propia y para contribuir al fulgor de Mastrángelo, de Cano, de Palito Candau y de Mario Finaroli en su último año de esplendor (1974), Fueron 69 gritos hasta archivar la marca del Petiso Martino, que había estampado 61 (entre 1933 y 1944), Un cuarto de siglo para pulverizar ese record casero, y vaya a saber ahora para añorar cuánto tiempo al melenudo que ponía el corazón cuando trababa, que ganaba de abajo con los de abajo, y de arriba con un talento de fantasía.

Aquella postal que se jugó la vida cuando una injusta y extraña derrota ante Central en la Bombonera nos dejó a las puertas de la gloria, más cerca que nunca del orgasmo. Perdimos sí, pero ese día, supimos que el azul y el oro vertical jamás aceptaría un comentario en el San Bernardo o en La Pura, sin la mención multipresente del Fierro Gómez Voglino, gallina cuando pibe y bancario funebrero, aunque por siempre perdonado y, tal vez hasta el correr de este nuevo siglo, la foto más cuidada del álbum bohemio victorioso. Una inmensa sonrisa en nuestra memoria.

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