lunes, 16 de febrero de 2009

Jorge "La Chancha" Fernández, por Enrique Martín


La verdad, por la pinta en el desfile preliminar, no parecía el mejor reemplazante para ese Luisito Artime que se iba a River cansado de ganar él solo en tantos finales electrizantes. La popular de Muñecas lo miró de entrada con recelo, y recién le otorgó la visa de residencia tribunera cuando la gran esperanza de la casa, el Gordo Poggi, se quedó sin suerte en la largada. Ahí sí, LA CHANCHA se adueñó del nueve mentiroso sobre el azul y el oro de la camisa (sí, era una camisa, sin propagandas ni diseños ridículos).

Bueno, La Chancha fue ese nueve tramposo durante seis temporadas, del 62 al 67. Un nueve que jugaba de diez y le servía la papa en bandeja a Pichino Carone y al Loco Ochoa, primero; a Puchero Domínguez y al Huye Salomone, después. Jugaba de atrás, con la frente siempre mirando hacia el horizonte, pisando la pelota desde sus piernas chuecas, qué digo, pinchándola con su magia, con el único malabarismo que vale en el fútbol; gambeteando para adelante y poniendo el moño con un pase sin mirar o pegándole despacito, lejos del Tano Roma en aquel inolvidable 4-2 en la Bombonera, primera fecha del 64; lejos del Mono Irusta en el
Gasómetro o cabeceando contra la ex platea Colonia el memorable triunfo del 66 contra River, tan grande como el de dos años antes, cuando el Negro Vignale se la mandó a guardar a Amadeo desde 40 metros, y después el Manija Puntorero le dibujó el segundo con caño y todo.

La Chancha, lo dije, hacía jugar a todos, como un director de orquesta inspirado e imprescindible. Era uno de esos tipos tan necesarios, que el hincha hasta podía volverse a las casa si la voz del estadio no lo nombraba en la formación, mientras esperábamos en la vereda del bar El Ombú, esquina de Humboldt y Murillo. Y se hizo querer. Le costó, pero llegó a ser ídolo de muchos que se agarraron la cabeza cuando aterrizó en Boca con el Chacho Cabrera en el 68. Y justo él, que era la estrella de la doble transferencia, hizo sapo entre los bosteros y terminó de vuelta en Villa Crespo un año después.

Y lo hizo para que volviéramos a adivinar sus toques de primera, sus cambios desde treinta metros y la cabeza levantada siempre hacia el sol, como una estatua de bronce. El asunto es que también firmó 51 goles, más que Luisito, y resultó el sexto artillero de Atlanta en toda la historia. Sin despeinarse, sobrando la parada, haciendo siempre la más fácil.

Ahora atiende otra parada. Con aquel jopo rubio hecho ceniza, cuida su puesto de diarios frente a la Iglesia de la Medalla Milagrosa, en Asamblea y Curapaligüe. Fue ahí que el marido de una de sus hijas nos preguntó si había sido tan bueno como insistían los amigos que –dijo- lo tenían podrido con las anécdotas donde el suegro parecía casi Maradona. No le contestamos nada. Lo dejamos con la duda. Y le devolvimos al diariero la pared de una sonrisa de los ’60. Maradona no, pero tampoco un gallego más en la guía de la memoria. La Chancha, Viejo, Jorge Hugo Fernández ¡El circo que hubiese armado con Diego..!

1 comentario:

Anónimo dijo...

almenos todavia hay gente que se acuerda de los idolos. desde aqui de colombia, la chanca fue un idolo en atletico nacional en solo 3 años en los que estuvo jugando en el equipo que herede de mis viejos. 45 goles en mas de 150 partidos. MI papa cuenta una historia que nacional en medellin iba perdiendo si no estoy mal con el dep cali, y la chancha ya andaba puto y enojado con todos por el mal partido, cuenta que cogio el balon desde saque de puerta, empezo a dejar rivales desde la defensa, se saco hasta media tribuna e hizo gol y le dijo a todos "si ven que si se puede"

Al viejo no lo olvidamos aqui y de hecho es idolo del equipo verdolaga.