jueves, 4 de diciembre de 2008
FABÍAN CASTRO, Por Enrique Martín
Es y será siempre el crédito para los pibes sufridos e infaltables, esa barra que merecerá alguna vez un mínimo reconocimiento por poner los hombros y el pecho en épocas descoloridas; la que no conoció a las viejas figuras ni gritó jamás un triunfo en la Bombonera o en el Monumental, la barra de los pibes que son de Atlanta porque sí, los que van a la cancha de Colegiales o a la de Cambaceres como irían al Nou Camp. Van por Atlanta. Nada más y nada menos. Decía que Castro es y será siempre el espejo para esos pibes, el sello de los años noventa, el domador de las vacas flacas, el optimista en medio del desierto, el mago de la 'diez' que heredó del Narigón Torres y de Carracedo, y además allá de su toque, su pegada y su inteligencia, su clase y su gigante presencia en las finales, FABIÁN CASTRO es el último (o el más reciente) ídolo de Atlanta, el que cerró el siglo 20, una medalla que no le quitará nadie, que no se marchitará en su cuello porque la ganó con el lujo de su fútbol de smoking y galera y con sus goles definitorios.
Así embocó a Chicago en Mataderos y a Dock Sud en Avellaneda, llenando los cupones válidos por dos vueltas olímpicas y dos ascensos, las únicas alegría plenas en medio de un gris que no durará cien años. Castro, el Pepe para todos, hasta para aquellos que ni recuerdan al puntero de Vélez que le legó el apodo. El Pepe Castro es solamente de Atlanta, porque brilló durante una década completa y supo digerir el desastre del 91, igual que las interminables rachas sin cobrar una moneda. Nunca arrugó en el pasto y nunca renegó de su condición de líder y de capitán. Jamás le dio la espalda al club, a ese club que quiere de prepo, con la honestidad y la modestia de otros almanaques.
Desesperado una vez porque cuatro vivos denunciaron que él, y justo él, podía ser el pretexto para arrebatarle a Atlanta un ascenso (90), amargado otra vez por un descenso imposible de impedir, pero listo siempre para ir al frente de guerra en desventaja, buscando la revancha que siempre le llegó y le sigue llegando en cuotas de fervor y de idolatría, que ya quisieran muchos colosos de barro o inventos del periodismo que vende pescado podrido. Este es un ídolo de verdad, y a nadie le importó su tibio paso por San Lorenzo, pero sí su soledad en muchas paradas bravas.
Castro jugó e hizo jugar, con la complicidad de Spotorno o de Insaurralde, como carta de consagración para el Lute Oste o para Cristian Castillo, que seguirán en deuda con él por el blindaje recibido a la hora de sumar en la red ajena.
"El Pepe no se va" fue un trueno de batalla conocido, muy fácil de enrollar y de guardar, por la certeza de que nadie se va del corazón de nadie, si lo conquistó con nobleza.
¿De dónde se iría el Pepe Castro, si siempre está llegando a Villa Crespo, y si hasta fue capaz frente al retiro, de llevar de la mano a aquellos pibes por el camino del siguiente sueño, un sueño de cemento hoy real, tan indestructible como su pedestal de elegido, ese que duerme en la dorada galería de los diferentes.
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